Con el respeto que todos me merecen y se merecen, pero siento que se nos ha ido un emblema de nuestro automovilismo: el «flaco», el «profe», Juan Carlos Gutiérrez.
Me tomé un tiempo para recordarle y lo primero que me viene a la mente es su simpatía y seguimiento -que por muchos años le hizo- a quien fue la primera de mis cuatro hijos: Sofía. Nunca supe por qué, pero ese nombre «Sofía» era como una suerte de sinfonía para el «profe». Cuando supo que había nacido y que se llamaba Sofía, cerró los ojos, casi suspirando con esa forma de expresarse casi en silencio; esbozando una leve sonrisa, me dijo «Sofía, que lindo nombre…». De eso hace ya 33 años y hasta no hace mucho, se tomaba unos segundos para, antes de hablar de automovilismo, preguntarme «¿como está Sofía»?
Siempre me dije que un día le iba a preguntar por qué tanta sensibilidad con ese nombre. Pero creo que hasta por un poco de vergüenza, me quedé con las ganas…o quizás, nunca encontré el momento adecuado porque sabía que eso sería el puntapié inicial para una sustanciosa charla.
El «profe» conducía un auto de carreras con la suavidad pero a la vez, con la precisión y sincronización de un pianista. Y era, precisamente el piano, la música, su otra pasión.
Con el tiempo me di cuenta que el «profe» era además un profesor de la vida, dueño de un acervo cultural digno de aquellos grandes educadores que muchos aseguran, ya no hay.
Cuanto más lo recuerdo, más admiro su sencillez pese a tanto talento.
Compartimos mucho, muchas horas, en aquella cantina de AUVO bulliciosa que los tiempos modernos se han encargado de dejar en el anonimato.
Se fue un emblema de nuestro automovilismo, padrino de muchas victorias y varios campeonatos que su don paciente de enseñar, cultivó.
Cuando te vuelva a ver, seguro me vas a preguntar por Sofía y yo, seguro, me voy a sacar la duda…
Será, acaso, la forma de mantenerte firme en mi pensamiento…
MARIO ROSA