Hay una frase hecha que dice: «una imagen vale más que mil palabras». Seguro que puede ser así.
Sin embargo no sería éste el caso. Vi la foto bien reciente que ilustra esta nota y se me vinieron a la cabeza muchas palabras. No se si mil, pero más o menos, así:
Nací en esto del automovilismo de la mano del periodismo y éste, atado a una época dorada del deporte motor fronterizo.
Sigue firmes en mis retinas los maratónicos viajes en la ONDA que salía desde Plaza Libertad antes de la medianoche y llegaban a Rivera ya entrada la mañana del día siguiente.
Infaltable Reinaldo Gallo en el andén esperando al periodista, por aquel entonces del diario El País, que llegaba para la cobertura de un campeonato que tenía al autódromo Eduardo P. Cabrera como epicentro para el desarrollo y consolidación del Turismo Frontera.
Campeonato que también recorría el autódromo de tierra compactada de Artigas y llegaba también al asfalto de la Asociación Arachana de Volantes (AVA) en Melo.
Digo época dorada esa de los 80’ y parte de los 90’ porque por Rivera vimos pilotos de primer nivel; autos de preparación formidable con potencia brotándole por los poros by Berta y carreras de “hacha y tiza” donde se daban duelos en varios sentidos: uruguayos Vs brasileños, Rivera Vs Montevideo y potencia local Vs potencia importada.
En ese contexto inolvidable aprendimos mucho y por sobre todas las cosas, nos criamos en esto del automovilismo deportivo con notas y fotos que enviábamos desde el “viejo” Hotel Casablanca sobre la calle Sarandí, poco menos que por aquel entonces, transformado en sede virtual del pujante Auto Moto Club Rivera Livramento que impulsaba ese automovilismo tan característico de la frontera Uruguay/Brasil.
En aquellas tremendas carreras en Rivera que arrancaban con el paseo a paso cansino de los gladiadores y sus autos por la clásica calle Sarandí, recuerdo perfectamente la figura de un ídolo local: don Edmundo Larratea. Lo de “don” iba con todo respeto y por qué no, admiración, de un pueblo que iba a verle debatirse en “su” autódromo y esa condición lo volvía casi, casi, invencible. Enormes carreras, grandiosas victorias se fueron silenciando con el decaimiento de un autódromo y más que nada, de un campeonato, una categoría, que jamás debió morir.
Centímetros de papel, mucha tinta y la clásica foto blanco y negro ilustraron durante varios años ese automovilismo fronterizo que tuvo en don Edmundo Larratea, un indiscutido referente y por ende, encabezó varios títulos de página. Hoy esa condición de ídolo sigue vigente pues en la reentré del autódromo de Rivera, es fácil ver cómo le hablan sus coterráneos: respeto y admiración, precisamente.
Nunca imaginó quien esto escribe, que aquella época de oro del automovilismo riverense encabezada por don Edmundo Larratea tendría años después, ya en colores y con otra tecnología, nuevas páginas –entonces en El Observador- con otro Larratea encabezando los titulares.
Llegó la época de Fabricio quien hizo el sentido inverso. Viajó al sur para mostrar su calidad y un estilo inconfundible para concebir el automovilismo transmitido en los genes que heredó de su padre.
Hoy, bien vigente, Fabricio va más allá de lo que don Edmundo le dio a su pueblo. Fabricio está en busca del gran título del automovilismo Nacional.
Mucho menos imaginó este periodista que el apellido Larratea que conoció y por qué no admiró allá en Rivera, tendría una versión femenina. Impensado. Pero sucedió, sucede y hasta es altamente probable o muy factible, que un Larratea de tacones altos llegue también a lo máximo del deporte motor en pista: un campeonato Nacional.
En cualquier caso, sea con Fabricio o sea con Carolina, el apellido Larratea sigue emparentado con los éxitos y más que nada, con un estilo.
Pero para mi gusto, más allá de situaciones propias que el automovilismo genera, más allá de los éxitos o de los fracasos, más allá de aciertos o discrepancias, hay algo que no puedo dejar de reconocer: don Edmundo Larratea ha dado al automovilismo dos buenos “criollos” que decidieron venir al sur y todos nosotros agradecidos porque vinieron a lucir ese ADN inconfundible de un automovilismo fronterizo que tenía una sola manera de concebirse y competir: garra, pasión, temperamento y coraje.
Lo cierto es que don Edmundo Larratea hizo lo suyo y lo hizo bien.
Dejó a sus hijos la responsabilidad de transmitir ese ADN tan particular del automovilismo fronterizo que supimos conocer en aquellos años dorados del 80’ y 90’. De alguna manera, Fabricio y Carolina más la explosión de las comunicaciones, hicieron popular el apellido y también, colocaron a Rivera en un sitial de privilegio en la consideración de los “tuercas” uruguayos.
Lo bueno es que la responsabilidad de esa gran herencia ya está asegurada. Fabricio y Carla se encargaron de ello. Matías ya limó un año rumbo al estreno en una pista de carreras de nuestro país.
A este ritmo vertiginoso que nos toca vivir, el futuro es hoy y cuando menos lo imaginemos, Matías estará acelerando y asegurando la continuidad del protagonismo que desde hace décadas tiene el automovilismo riverense cimentado en gran medida, por la continuidad de los Larratea.
M.ROSA